Las luces de Sultanahmet se desvanecen mientras nos alejamos por una de las calles transversales del centro histórico de Estambul. La noche oscura nos muestra una faceta misteriosa de la antigua capital del Imperio Otomano. De pronto, ¡zas! Una sombra salta detrás de un arbusto. Nos asustamos y detenemos la marcha, solo por un instánte, hasta que comprobamos que se trata de un adorable gatito blanco que pedía caricitas.
La escena se repite en cada esquina de la célebre ciudad turca, y dicen que también en otras ciudades y pueblos del país. Los gatos son los verdaderos protagonistas de Turquía, a lo largo de los años. Vivir en Estambul nos permitió comprobarlo, conocer por qué son tan importantes para la gente y cómo están inmersos dentro de la cultura.
En un barrio residencial de Kadiköy, en la zona asiática de Estambul, una señora apoya un recipiente enorme de yogurt. Dentro del envase de 5 litros no hay yogurt, lo que hay es alimento para gatos. Hace ruido con una bolsa para llamarlos, y poco a poco los felinos comienzan a arrimarse. Vienen dos, después se suman otros tres más. Al rato hay siete gatos, de distintos tamaños y diferentes pelajes, todos esperando su turno de comer. La señora se regocija acariciándolos, con una sonrisa en su rostro. Hizo la buena acción del día.
En nuestras caminatas por el barrio de Moda, a orillas del maravilloso Bósforo, solíamos encontrarnos con estos adorables gatitos y no podíamos evitar acariciarlos. Dicen en Turquía que darle cariño a un gato trae buena fortuna, y esto explica en parte por qué los turcos aman a esta especie.
La ciudad de Estambul, antiguamente Constantinopla, está estratégicamente ubicada entre el Mar Mármara y el Mar Negro, y dividida por el famoso estrecho del Bósforo. Esto la ha convertido históricamente en una ciudad portuaria, nexo entre dos continentes, y punto de llegada de cientos de embarcaciones mercantes. Se cree que en las épocas del Imperio, los gatos formaban parte de las tripulaciones y eran los responsables de evitar la existencia de ratas y ratones a bordo de los barcos.
Estambul era la ciudad perfecta para que los comerciantes anclaran sus navíos por un tiempo y, en esos momentos, los gatos pisaban tierra firme para perderse por los rincones de la ciudad mágica. Esta es una de las teorías que se mencionan al momento de explicar por qué hay tantos gatos en Estambul. Actualmente se estima que en la ciudad viven cerca de 150 mil gatos.
“Si le haces daño un gato tendrás que construír una mezquita para que Dios te perdone”, dice una frase popular.
Para los musulmanes, los gatos son prácticamente sagrados. Se cree que Mahoma predicaba siempre con un gato a su lado. Según la creencia religiosa, en una ocasión, su mascota le salvó la vida al pegarle un manotazo a una serpiente venenosa que estaba a punto de morder al profeta mientras rezaba arrodillado. A partir de entonces Mahoma decidió darle protección a todos los gatos que aparecieran por su camino, siendo los animales favoritos del profeta.
Los gatos callejeros de Estambul son cuidados por los ciudadanos que, a menudo, se fijan que no les falte agua y comida. También les construyen casitas para que se protejan del clima. Incluso, en el presupuesto anual del ayuntamiento, todos los años hay una partida presupuestaria destinada a la alimentación y mantenimiento de albergues para felinos.
En una de nuestras visitas a la Mezquita Azul, un juguetón gatito se puso a hacer piruetas en una de las majestuosas puertas. Los visitantes se divertían sacándole fotos y dándole cariño. Una imagen adorable que es muy común en los templos de Estambul, así como en los comercios o incluso en el Gran Bazaar.
Otro día, en la fila de un supermercado, sí dentro del establecimiento, un gato se relamía interrumpiendo el paso de los carritos que deseaban llegar a la caja. Nadie se inmutaba, al contrario, todos observaban y comentaban con agrado la curiosa escena. Cuando el gato decidió moverse, la marcha se reanudó sin mayores inconvenientes.
Historias como éstas hay miles, cada visitante de la mágica Estambul tendrá la suya. Porque podrán pasar los siglos, pero los gatos seguirán siendo los amos y señores de Turquía.