Rusia

Natalia Oreiro: Mi encuentro con la leyenda en Rusia

Estábamos detenidos hacía 12 horas, teníamos hambre, sed y miedo. El soldado ruso al que nos habían derivado esperaba la confirmación desde Moscú para deportarnos de vuelta a Argentina, después de dos años en viaje. Teníamos pocas, muy pocas chances de que el día termine bien, jugué la última carta:

– « Cambio doloor, por libertaaa, cambio heridas por un sueño que me ayude a despertaaa tu tu tu tuum »

«Natalia Oreiro, Do you know?» – Y vi como se le iluminaba la cara.

«Wild doll (Muñeca Brava), I love Nasha» – dijo el soldado abriendo los ojos como platos.

Las personas son el mundo, y hay personas que unen el mundo, lo vuelven más pequeño, son como puentes entre lugares.

Natalia Oreiro fue nuestro puente, conectó el Cáucaso con el Río de la Plata, y fue también nuestro puente hacia la cordura después de una de las peores fronteras que cruzamos en la vida. 

Esa no fue la primera, ni la última vez que nombré a Natalia Oreiro para iniciar una conversación. Antes de comenzar el recorrido por Rusia y países que antaño pertenecieron a la Unión Soviética, cuando llegaba el turno de explicar de dónde veníamos, hacía un gesto como pateando una pelota de fútbol y decía: «Messi, Maradona», según la edad del interlocutor. Hombres, puros hombres para hacer referencia a aquel país al final del mapa, lejísimo de todo y todos. Hasta Natalia, la enorme Natalia.

Traté de explicárselo a mis amigas vía Whats App, a mi familia en interminables video-llamadas, «La Oreiro es lo más grande que hay», les decía. «Cantamos las canciones con la recepcionista de un hotel en Kazajistán», les juraba. «Vimos un afiche con su cara del tamaño de una nave espacial en una esquina de Polonia», les gritaba. Nadie, del otro lado del océano, tomaba dimensión de lo gigante que es la ‘Reina del Plata’ al Este del mundo.

Elegí a Natalia Oreiro como bandera, ella fue mi patria. Y si bien hay debates sobre su pertenencia, que nació en Uruguay, que vivió más en Argentina, que triunfó en Rusia, que es una artista, que quizás no tanto, las leyendas se construyen sobre confusiones. Porque el Dulce de Leche, amigues, se disfruta en Rusia, nos gusta decir que lo inventamos en Argentina y hay quién afirma que nació en Uruguay, pero todos coincidimos en su magnificencia. 

Hoy, después de haber vivido en Turquía, de haber atravesado Armenia, de llevar a Rusia en mi corazón, cuando me preguntan de dónde vengo, sólo puedo responder de una forma: 
« Soy, del Rio de la Plata, corazón latino, con mi sueño a cuestas, no tengo fronteras »

Ahora que Netflix, amo y señor de nuestros consumos on demand, estrena un documental sobre su vida, me sonrío mientras pienso cuántas leyendas viven entre nosotros y las ignoramos sólo por ser mujeres.

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