Era temprano a la mañana y habíamos llegado a Budapest después de 12 horas de bus nocturno desde la ciudad de Sofía. El amanecer en la ruta nos daba la bienvenida a Hungría y el arribo matutino nos recibía con aroma a café y el olorcito a crossaint recién horneada. ¡Qué hambre! Siempre nos gustó viajar de noche para dormir en el bus, ahorrar en hotel y gastar en comida. En la capital húngara nos esperaba un delicioso recorrido gastronómico, lleno de nuevos sabores, y estábamos deseosos de probarlos.
Un café con leche bien cargado, en un tazón como el que tenía la abuela, fue lo primero que pedimos en aquel bar dónde nos sentamos a esperar la hora del check-in. Lo acompañó una deliciosa porción de tarta húngara, una especie de bollo dulce hecho con masa hojaldrada, tipo filo, enrollada y espolvoreada con azúcar impalpable, esponjosa y con el detalle de estar rellena de chocolate. Una exquisita bienvenida.

Nos hospedamos cerca del Puente de la Libertad, que cruza el Danubio y divide Buda de Pest. Ni bien dejamos nuestras mochilas en la habitación, salimos al ruedo para conocer Budapest a pie. Nos encanta caminar por las ciudades, perdernos entre sus calles, conocer la tradición de sus barrios, pero fundamentalmente observar qué se come en sus restaurantes, qué venden en las ferias, qué podemos saborear al paso. La marcha se detuvo, como no podía ser de otra manera, en el Mercado Central de Budapest.
Nadie que visite la capital húngara puede pasar por alto semejante edificio neogótico, ubicado a escasos metros del Danubio, en donde se encuentran los mejores productos locales, frutas, verduras, embutidos, especias y otros tantos artículos. Pasear por el Mercado Central de Budapest es una experiencia sensorial completa, llena de estímulos que van desde los visualmente estético hasta el aroma que desprenden los alimentos que allí se ofrecen.
En el segundo piso del mercado hay un espacio gastronómico en dónde venden platos típicos de cocina húngara. Degustar manjares siempre es nuestro mejor plan, por lo que decidimos acercarnos a los mostradores de vidrio para preguntarle a los vendedores cuáles eran sus sugerencias. Como resultado, nos llevamos a la mesa dos grandes platos.

En uno teníamos el célebre Goulash, de carne bien sazonada con paprika y otras especias, una jugosa salsa ideal para mezclar con los tradicionales spätzle (pasta muy popular de este y otros plato de la zona). El otro plato llevaba una salchicha estilo germana, hecha a la parrilla y trozada por encima de unas papas al horno bien condimentadas, que además tenía una salsa de yogurt que le aportaba el toque mágico.
La cerveza merece un párrafo aparte, porque en Hungría se pueden encontrar las mejores birras del mundo. Casi todas las comidas maridan perfectamente con alguna de las cervezas húngaras. Las hay fuertes y livianas, intensas y suaves, tostadas o frutales. Se puede elegir entre una amplia variedad de cervezas tiradas en casi todos los resturantes y ferias callejeras. La tradición culinaria las contempla como una parte más de la experiencia gastronómica.
La aventura por Budapest continuó para nosotros con una visita a los Baños Széchenyi, unas piscinas termales a las que se les atribuye propiedades curativas. Disfrutamos de un sano recreo para digerir todo lo que habíamos comido, con el objetivo de hacer espacio para seguir probando delicias. Es que la visita a Europa Central es un invitación constante al festín de sabores inolvidables.
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