Luego de algunos días en Lisboa, decidimos ir a visitar las renombradas playas del sur de Portugal. El calor del verano pegaba fuerte en la ventana de nuestra habitación, en un moderno hostel de la capital, mientras nuestra economía viajera se derretía al tiempo que estallaba el verano europeo.
“Bom dia!“, se oyó del otro lado de la puerta. “Teim que deixar o quarto“, continuó la voz de la recepcionista. ¿Y ahora qué hacemos? La idea de ir a conocer la versión europea del Océano Atlántico estaba tomada hace rato, pero todavía no habíamos pensado en cómo concretarla. Estabamos asustados por los precios que veíamos en internet de pasajes y hospedajes en Algarve, la región más al sur de Portugal.
Antes de dejar Madrid nos habíamos hecho de algunos equipamientos útiles para la vida nómada, como una bella carpa de 20 euros y unas bolsas de dormir también muy baratas. Sencillo, por si debíamos salir del paso. No teníamos definida a la exactitud nuestra ruta por Portugal, asique esos elementos podían llegar a ser una buena opción, en caso de que la temporada alta nos cerrara las puertas de sus hoteles en la cara.
Con el eco de la voz de la recepcionista del otro lado de la puerta, nuestras miradas hicieron foco en ella: la casa itinerante, de tela impermeable color bosque. “Tenemos que acampar en Algarve”, acordamos de forma unánime, y ahí comenzó la magnífica aventura.

Mediante la aplicación Bla Bla Car, que permite contactar gente para viajar en auto hasta diferentes destinos del mapa, conocimos a Thiago, un brasilero que trabajaba en el área de marketing de una conocida marca de cerveza, y que por cuestiones laborales se dirigía a Algarve, teniendo lugar para llevarnos en su vehículo.
Fue un viaje ameno, de charla en portuñol, como tanto nos gusta a los argentinos y brasileros. El buen muchacho no se cansó de preguntarnos a dónde nos dejaba, pero nuestras dudas eran tan grandes como las de él. “No tenemos casa, no tenemos nada, solo esta carpa”, respondíamos dejándolo aún más confundido.
Thiago llegó a Ferragudo, un antiguo pueblo de pescadores en Lagoa, y volvió a preguntarnos. Al frente de Ferragudo se encuentra Portimao, una ciudad más grande, más turística y más cara. “Está bien Thiago, nos bajamos acá. Obrigado”, le dijimos, pero el brasilero se apiadó al ver nuestras caras de desconcierto y, en un hermoso gesto de hermandad latinoamericana, nos llevó hasta la puerta de un camping que apareció en su GPS.
El Parque do Campismo de Ferragudo era exclusivo para socios y abundaban las auto-caravans, pero hubo buena onda y nos permitieron armar nuestra modesta carpa en un sector alejado. Elegimos una linda parcela entre dos árboles con buena sombra y desplegamos la magia.

El camping era inmenso, contaba con baños compartidos y un sector común de relax, pero no había cocina y nosotros tampoco teníamos utencillos para cocinar.
Fue ahí que sacamos lo gaucho que llevamos dentro, eso que florece en las adversidades, que nos identifica en todo el mundo.
Lejos de comprar anafes eléctricos o similares, como tenían todos los vecinos, fuimos a lo nuestro y compramos una parrilla portátil y una gran bolsa de carbón.
Desde entonces la vida en el camping cambió, porque a diferencia de lo que ocurre en Latinoamerica, en Europa los campings son muy sofisticados, tienen muchos artefactos novedosos que hacen de la estadía en la tierra una experiencia totalmente diferente.

Nosotros, a la vieja escuela, empezábamos con la humareda desde que amanecía hasta la medianoche. En la parrilla hacíamos todo: Tostadas y mates con olor a humo, salsa para los fideos ahuamados, pollo a las brasas y, como no, el clásico y tradicional asado.
Los vecinos no la podían creer, conductas primitivas en un campamento del primer mundo. Claro, no la podían creer porque al escucharnos hablar pensaban que eramos españoles, pero el mate en la mano los confundía. Sus enormes motorhomes contrastaban con la insignificante carpa para dos.
De repente pasamos de ser dos anónimos a convertirnos en la intriga del barrio. Nos miraban de lejos, murmuraban. Algunos se acercaban si el olorcito a carne asada se escapaba con el viento. Solo aquellos que se atrevieron a hablarnos despejaron algunas incógnitas, los demás estarán descifrando todavía qué significa “Che, Boludo”.
Nuestros planes se acomodaron igual que nosotros a la vida de campamento.
El acotado presupuesto no nos limitó la experiencia de visitar una de las zonas más exclusivas de Portugal.
Conocimos hermosas playas, donde suelen veranear alemanes e ingleses de clase alta. Fuimos de escapada a recorrer la ciudad de Lagos, y nos perdimos entre las millonarias mansiones. Vida de bacanes durmiendo en camping. ¿Quién lo hubiera pensado?
Excelente chicos.se van a enamorar de esta forma de vida en campamento.desde 1988 andamos en casa rodante y motorhome y no te cambio por nada
Gracias Antonia! Aguante el camping!