Tanto, tanto ruido

Sentí el calor de la sangre sobre el hombro y tiré de los tapones hacia afuera, mientras el oído seguía sangrando. La habitación empezó a girar y ya no pude mantener la cabeza erguida. Me arrojé sobre la silla y sentí temblar la madera barata al encuentro de mi peso. El ruido no cesaba.

Me agarré el cerebro con las dos manos e hice fuerza sobre la frente para evitar vomitar sobre la alfombra y reconocí al celular estrellado contra el marco de la puerta, igual, el ruido seguía.

La tele llevaba ya nueve días partida al medio sobre el mueble petiso que la sostiene y de todas formas, se encendía intinerante y autónoma a la hora del comunicado oficial. Ruido de ambulancias, ruido de cifras sin contexto, ruido de muertes y amenazas, mucho, mucho ruido.

Me lavé las manos compulsivamente y aproveché para limpiar la sangre de la mejilla, escuché el eco de las uñas sobre la piel y sentí nuevamente la punzada al interior del oído. El sonido del agua correr, más ruido, la radio abandonada de la cocina comenzó a dar las noticias y la sangre, otra vez. 

Desenchufé la radio y la voz no calló, cómo se puede vivir con tanto ruido. Más sangre sobre los cachetes, sobre los hombros, abrí la canilla y y sumergí la radio, la voz continuaba arrojando números mientras se ahogaba en la pileta y más sangre sobre el pelo, y todo comenzó a girar de nuevo, hasta que me desmayé en la cocina. Tanto, tanto ruido.

Escuché aplausos desde afuera del despartamento y recuperé la conciencia, los vecinos gritaban, cantaban himnos, cuánto ruido. No se puede pensar con tanto ruido. Se prendió la tele sola, los oídos seguían sangrando, nunca se detuvieron, traté de pararme para destruir aquella pantalla parlante pero fue imposible. Los números otra vez, la muerte, el miedo, el ruido, la sangre, la casa girando. Ruido mentiroso, ruido entrometido, ruido qué me has hecho, ruido a qué has venido. Tanto ruido y al final, por fin el fin.