Cuentos millennials

Literatura viajera: La Casa del Mar

Una vez, un amigo me contó que su abuelo vivía en un caracol de mar. El caracol era su hogar, que a su vez vivía en el que había sido su hogar, antes de mudarse al caracol. Los encontrabas a todos en una casita cerca de la playa en San Bernardo, especialmente los días de lluvia. Agustín decía que escuchaba al abuelo mucho más si llovía.

Le pregunté por qué su abuelo vivía en un caracol y no en alguna otra cosa, y me explicó que era porque los caracoles son eternos, como las olas, y porque tienen buena acústica.

Agustín tenía otro caracol que había llevado al colegio, me dijo que esperaba poder mudarse allí algún día y me lo acercó al oído.


Escuchá, el mar vive más allá de la costa – me dijo.


Y yo lo escuché. Al mar, al viento, al sol dándome calor una mañana de otoño, a las nubes repentinas que ocuparon el cielo y despacito volcaron gotas finitas sobre mi espalda. Sentí la caricia del frío en la cara, y vi cómo las olas cambiaron de verde a gris y aceleraron su ritmo, como si la vida y el tiempo se explicaran en esa mutación breve, que va entre un día de sol y un día de lluvia. La luz de la Luna invadió el cielo y la marea avanzó tierra adentro siguiendo a la noche. Ví las cuatro estrellas que marcan el camino a casa. El viento del amanecer me despertó de nuevo al mar, y lo escuché otra vez.


Miré a Agustín y le pregunté cómo había hecho el abuelo para mudarse al caracol. Agustín no sabía. Me dijo que él no estuvo el día de la mudanza, pero que su papá estaba muy triste. Lo siguiente que recuerda es al abuelo dándole indicaciones desde el caracol, especialmente los días de lluvia, y el sonido del mar de fondo, eterno, como las olas, como el mar en el caracol.

 

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