No me quejo del destino que me tocó. Es cierto que mi vieja se podría haber quedado mosca en China, pero siempre le gustaron los brillos y mordió el anzuelo ni bien tuvo la oportunidad.
Le dijeron que dónde iba no necesitaba papeles y agarró viaje nomás. La vida se resume un poco al azar que nos trajo a este lugar. Tengo espacio para nadar y cada vez somos más, hay un viejo que nos tira pan y viene a charlar. Repite mucho la historia de cómo nos armó el hogar: no somos los primeros que crecemos acá.
Dice el viejo que cuando el verano invadía la casa y el calor los cuerpos, los pibes se tiraban a bañar y el sol brillaba más. Que tenía una compañera que llevaba luz hasta el último rincón y hacía de todos los días un carnaval. Dice que como el río se une con el mar, en este estanque la vida y la muerte se fueron a encontrar: Una tarde de otoño, una ráfaga de viento inesperada trajo el frío y se llevó el agua.
Dice el viejo que no quedó ni una gota de la alegría que antes bebía y que ahora la sequía todo lo invadía. Dice el viejo que la sequía se sentía como un pozo ciego en el medio del jardín y que nada bueno atraía. Dice que se tiró a dormir una siesta y ese fue su último descanso. Cuando despertó, el estanque vacío se había llevado a su compañera. Hay veces que los inviernos duran años, dice el viejo, y que las sequías son eternas aún en temporada de lluvias.
Dice el viejo que ella dejó su vida para que nosotros podamos vivir la nuestra y que aún si la pileta rebalsa, el pozo ciego no se va, y la sequía tampoco. A veces se sienta con nosotros a ver la energía pasar, dice que cuando el sol atraviesa la superficie, nuestro color naranja brilla más. Y sonríe el viejo, como si viera a su compañera nadar.
Este relato es tan real, como el agua, los peces, el viejo , y aquel estanque de luz. Te felicito, no es fácil hilar tantas emociones!