Cuentos millennials

Literatura viajera: Raíces

Soy una obrera del relato y me debo a la anécdota. Los haters dirán que miento, la psicología querrá analizarme, pero la única verdad es la realidad que invento

Modifico el recuerdo para hacerlo más entretenido y al final no se diferenciar cómo pasaron las cosas que cuento. Mi vocación incontrolable por compartir cada detalle de mi vida, tomó posesión de mi memoria y se me confunde mi historia.

El hecho es que a veces me falla la máquina, porque improviso mientras escabio, y es bien sabido que hablar y tomar, es de lo más peligroso que puede pasar. 

Conocí una chica divina en un bar vietnamita, estaba con un amigo, que acusó ser medio argentino pero hablaba como Anamá Ferreira.


Nosotros somos de Israel – me dijo Sandrita

Me muero! Cómo mi abuela! – le respondí rápidamente.

Tenía ganas de hacerme amigas y sentí que encontrarnos en un pasado común, con la tierra de nuestros ancestros como excusa era un buen golpe emotivo. Pero el diablo, no sólo está en todas las religiones con distintos nombres, sino que también habita los detalles. Y mi abuela nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires. Y yo no se dónde está Israel en el mapa.


– Oh my god, ¿De dónde es tu abuela?
– Replicó Sandrita. No estaba preparada para ésta pregunta.

Con la mente veloz de un Samurai retirado, le di el sorbo número un millón al chop número cuatro millones, y mientras me tambaleaba le dije muy segura:

No sé  

Sandrita me miró. Hubo una pausa. Yo pronuncié de vuelta Israel resbalando la R, vivir en Once dos años dejó sus enseñanzas. Me volvió a mirar, me sonrió, le contó al resto del grupo que mi abuela había nacido en alguna parte de Israel sin identificar y me invitó a jugar al metegol.

Esa noche metí dos goles con sabor a poco y entendí por qué Messi nunca jugó para España.

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