Me sacudí la vida anterior, cómo quién echa a volar el polvo de un mueble olvidado en algún lugar del tiempo. Me desprendí de las antiguas decisiones, del espacio, de la gente y del idioma. Volví a empezar.
¿Cuántas vidas caben en un sola? No es la rutina lo que me atormenta, sino repetirla de la misma manera.
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No es amor lo que me falta, sino prometer eternidad.
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Me despierto en la misma cama y soy diferente. El hecho inevitable de explicar el final de un viaje que ya no me pertenece, se traduce en el episodio en repetición de mi existencia.
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Dañar a los antiguos protagonistas, la consecuencia más dolorosa de la metamorfosis que el destino decidió para mi. No estoy seguro de haber sido yo el que eligió este camino o si fue el camino el que me eligió a mi.
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Vuelvo, siempre vuelvo, al calor que la vida me supo dar. Los olores, los abrazos, las amistades, son distintas todas las veces y aún siempre gratificantes. Qué sería del sentir sin el espacio del tiempo entre cada encuentro.
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Me baño en novedad cuando el día me agobia. No se vivir de otra forma. Cruzo fronteras mientras me desarmo y reconstruyo mi historia. Bailo melodías de regiones remotas de memoria. La monotonía me encuentra sediento de aventura, y me desligo de lo anterior sin ataduras.
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No es amor lo que me falta, sino la paciencia para sostenerlo.
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Amé con pasión, con corazón y sin esperar nada a cambio, porque nada a cambio puedo entregar. Eventualmente, mi vida va a trasmutar y la persona que era, ya no será.
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Me sacudo la vida para volver a empezar.