La brisa alegre que da inicio a la primavera sorprendió a la montaña, que la esperaba calma, recostada en la tierra. Respiró profundo el aire cargado de flores, frutas y colores, puso a bailar a todos los árboles del valle con una sonrisa, y afinó los oídos al aguardo de la joven melodía.
El sonido comenzó en la cima y bajó veloz hasta el primer claro, siguió la marca en el suelo, como antes hicieron sus antecesores, y disfrutó la caída. El río anunciaba la cercanía del verano.
En una región valiente, abrazada por el calor y el buen corazón, existe un río dónde los sueños flotan. Cuando cae la noche, y la luz de la luna refleja la superficie, miles de llamas arden sobre el agua. Brillan cargadas de ilusión, abriéndose paso en la corriente. Algunas llamas parecen faros a distancia, y atraen otras más perdidas, nadan contra-corriente y ayudan a las menos inflamables, algunas otras se consumen en su ambición y arman una fogata enorme que prende deseos ajenos sólo para poder soñar más que el resto.