Cuentos millennials

Literatura viajera: “Otro cuento chino”

Aplicar para la visa china fue de película, no sé si una buena película, pero película al fin. La embajada abre de 9 a 12 horas. Cualquier oficinista pensaría para sus adentros que son unos vagos, pero como no trabajamos hace un año y ya no somos oficinistas, vamos a decir que sólo nos resultó incómodo.
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Llegamos a las 9, nos atendieron a las 10 y en los primeros 3 minutos de convivencia con la agente de migraciones, supimos que la relación no iba a prosperar.
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Habíamos reservado sólo las primeras 7 noches de hotel en Beijing y ella nos respondió que necesitábamos la reserva de las 29  que pensábamos estar en China.
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Como primer amor adolescente, nos rebotó la aplicación, nos rompió el corazón y nos mandó a completar todos los formularios de nuevo, además de conseguir asilo para toda nuestra estadía en China.
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Lo peor no era completar otra vez cuatro hojas en un formulario que estaba solo en ruso y en chino, el desafío mayor era conseguir una gráfica para imprimir todos los papeles de nuevo. El espacio que ocupa el diseño gráfico en Rusia pareciera limitarse a los almanaques soviet-style con fotos de Putín montando animales varios en Siberia.
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La embajada esta en una zona de Moscú muy parecida a una granja devastada por el fin del mundo, circundada por los enormes edificios de la Universidad estatal, capaces en su inmensidad de borrar cualquier rastro de presencia humana.
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Comenzamos a caminar en solitario por los confines de la humanidad, y el reloj avanzó como si estuviera compitiendo con nuestra ansiedad, a ver cuál nos ganaba primero.
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Desesperación.
Tristeza.
Frío.
Lluvia.
Rusia es tan ruso que duele.
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Encontrar un café iba a ser más fácil que una gráfica y podíamos usar WiFi. Ha por ello!
Error. Caminamos 2km y parece que a nadie en una granja devastada rodeada de universidades le apetece café o Internet. Y necesitábamos los dos, café para entrar en calor e Internet para reservar todas las noches que faltaban.
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El reloj marcó las 11. Nos quedaba una hora para conseguir hoteles, encontrar una gráfica para imprimir los comprobantes de reserva y presentar los papeles.
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Como nos sentimos holgados de tiempo, me senté en la calle a llorar. PARÁ, hay WiFi municipal. ¡Encontramos señal de WiFi muncipal! Gracias San Expedito.
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Ahora sólo quedaba imprimir.
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11.45. No encontramos ningún lugar para imprimir, pero sí un café. Rendidos, nos compramos dos y me volví a sentar a llorar. PARÁ, abajo del café hay un sótano que hace impresiones. Mágica y misteriosa Rusia.
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Entramos. 11.50 nos dan las impresiones. Diez minutos restantes, dos cuadras de distancia entre nosotros y la embajada. Trazamos un plan de acción:
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– Lele vos lleva los café y yo corro a la embajada como una gacela – Me olvidé que había engordado 6kg y estaba más cerca de un rinoceronte fuera de estado que de Bambi, pero igual lo intenté.
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11.56. No tengo aire. Creo que me desmayo. Miro a la chinita agente de migraciones, es tan chiquita y tiene tanto poder. Le hago entrega de los papeles. Llega Lele, se olvidó los café en la gráfica. Miro a la china, ella mira los papeles. Los recibe.
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– ¿Cuándo quieren la entrega? – Preguntó.
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– Para el Lunes señorita.
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Sonrió, desapareció con nuestros pasaportes y bajito, casi inaudible, dijo:
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“Welcome to China”.
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