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Las calles son nuestras

Ningún baño es el mío, y no hay cama que habite mi imaginario cuando sueño un buen descanso. No hay taza preferida ni tablita para la picada. Ya nada es mío.
Junto con la renuncia a nuestros trabajos y la resignación del contrato de alquiler, dejamos también lo que conocíamos como propiedad privada.
La vida nómada nos abrió el campo de juego hacia la apropiación de un espacio que antes era de tránsito: el público.

Celebración en Cusco
Escribo esto desde un banco en Bilbao, en camisón y con una bombacha de estrellitas que me ven desde la otra orilla del río que divide la ciudad al medio.
Ayer aproveché la esponjosidad de la arena para una siestita breve y reparadora entre paseo y paseo, y la publicación de esta nota se la agradezco al municipio que tiene antena de Wifi en toda la ciudad.
No tener más un lugar llamado casa, nos sacó a la calle y cambió la relación que teníamos con ella.
Cuando no hay dónde volver, el espacio a transitar es ahora lo más parecido al hogar. Desayunamos, almorzamos, cenamos, a veces nos cambiamos en la calle, en los parques, en las playas.
El espacio público, antes relegado a ser la pausa entre dos momentos (salir de, para llegar a), es ahora también nuestro y el mismo ejercicio de viajar nos enseñó las diferentes formas de estar, del aparato estatal.
‘Patear’ la calle nos sirvió para derribar su principal mito: «es insgura». Nunca, ni en este continente ni en el americano, nos pasó algo. Por el contrario, vivirla te permite vibrar con ella, conocer su ritmo, escuchar a su gente, y familiarizarte con los nuevos entornos.

En Potosí, los estudiantes marcharon pidiendo un Mar para Bolivia
Dónde se grita para un saludo, como en Tucumán cuando dos amigos se encontraron y uno le dijo al otro en un gesto fraternal:
QUÉ HACES VIEJO PELOTUDO!
Como en Colombia que todo es a los alaridos porque de base suena la cumbia.
O como en el Norte de Italia dónde reina un silencio distinto al imaginario que impera sobre los tanos y sus formas.
Dónde se respetan las colas y Perú, que hasta haciendo el cruce de frontera vale todo.
Qué colores se usan para vestirse: en España y Europa continental el dios cromático es el pastel y cuando aparece un amarillo, venga Latino que esa sabrosura la conozco y dónde el maquillaje nunca es mucho: Venecia vamo a calmarno.
Los maniquíes cambian según el ideal estético y con eso descubrimos que en Colombia las tetas y el culo son super size hasta en los muñecos y que en Madrid hay que adelgazar hasta el ridículo para parecerse a una vidriera.
Todo es distinto en todos lados, y aún así, todo está cada vez más mezclado en todos lados.
Ese crisol sólo se absorve pasando tiempo, mucho tiempo, en la calle.
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